Puede extrañar, que una comunidad mapuche, decida utilizar la actual institucionalidad política, para proponer un cambio profundo en la historia de Chile. Más de alguien pensará que esta es una especie de claudicación de la lucha de mi pueblo o hasta el abandono de las causas que hemos sostenido desde el momento mismo de la invasión extranjera, que pretendió nuestro exterminio.
Por el contrario, hemos llegado al convencimiento que hoy, Chile tiene una oportunidad de reconocerse como lo que es: un Estado Plurinacional, conformado por una diversidad de pueblos que trabaja, cada uno desde su identidad, por el bien común. Para alcanzar ese reconocimiento, hemos optado por el juego democrático. Para nosotros, es una esperanza, ya que la nueva Constitución, efectivamente no nos instalará mágicamente en un país mejor, pero si abrirá las ventanas de la igualdad, la justicia y la fraternidad.
Pero, debo aclarar que esta decisión, no fue gestada desde el sistema de partidos, ni desde ninguno de sus muy conocidos líderes. Más bien esa posibilidad se abrió a pesar de todos ellos y hasta, contra ellos. Ha sido la gente común, representantes fieles de la soberanía popular, quienes se han despojado de un tiempo demasiado prolongado de indiferencia, para recuperar el poder que les corresponde. Ha sido el pueblo, hastiado de los abusos, quien decidió terminar con la dictadura de los partidos que secuestraron la democracia, para salvaguardar sus propios intereses y su apetito insaciable por conservar y extender sus privilegios.
Lo claro, es que debemos superar la mera consigna del “Estado opresor”, como si esto fuera un destino fatal y concentrar todas nuestras energías en la unidad y cohesión de nuestros pueblos para generar un proyecto de cambio capaz de alcanzar una convivencia pacífica y respetuosa al interior de la diversidad que caracteriza a la sociedad chilena.
La gran mayoría de ciudadan@s chilen@s e indígenas, tienen algo en común. Ambos han sufrido el estigma de la exclusión, de los abusos y de haber sido tratados por el mercado, que define lo que cada uno vale. Esa experiencia común del maltrato a la dignidad de las personas es la que nos une, en un destino que debemos definir y construir por nosotr@s mism@s.
Ahora, les hablare a los pueblos indígenas de cualquier rincón de Chile.
Llegó la hora de hablar de aquello que une a nuestros pueblos, y comprender, de una vez por todas, que tenemos un problema en común. Ese problema, consiste en recuperar los derechos políticos, territoriales y económicos que sí nos reconocen todas las normas internacionales.
La única manera de avanzar es construir un proyecto político como naciones originarias y esto supone unidad, diálogo, búsqueda de acuerdos y conciencia de pueblo. Pero tampoco eso basta, se requiere poder. Y el poder es un ejercicio que nos permite lograr que otros tengan conductas que, sin su aplicación, no habrían adoptado. Tener poder es muy importante para cambiar las cosas.
Hoy los casi dos millones de indígenas, debemos despertar, para transformarnos y alcanzar una efectiva madurez política. Nuestro poder político radica primariamente en nuestra relevancia electoral. ¿Qué acuerdos podríamos lograr actuando unidos? Es importante tener conciencia de esa fuerza, que se visualiza en cada elección, en que nuestros votos definen buena parte de los resultados. Es decir, son nuestros votos los que ponen o no a un Presidente en el Palacio de La Moneda.
Como mapuche, me encuentro en el centro de fuerzas opuestas e igualmente negativas, que actúan simultáneamente. Están por un lado, un grupo de mapuche “complacientes”, que, sin respeto por sí mismos y resignándose a su estado de pobreza y marginación, estiran deshonrosamente la mano a la espera de bonos y subsidios, todo a cambio de no cuestionar o criticar a quienes administran el poder político, que les otorgan esas prebendas.
Por otro lado están los “flagelantes”, que están llenos de resentimiento, odio y frustración, nacida de la violencia de la discriminación institucionalizada. Muchos de ellos han llegado al convencimiento de que la violencia es la única vía de solución a todos los males que sufren o han sufrido, llegando a defender las opciones radicalizadas del indigenismo fundamentalista. Esta resulta ser, además, la justificación que utilizan los grupos de poder para militarizar y judicializar nuestra causa.
También están aquellos hermanos mapuche, seguidores de la tradición judeo-cristiana, que muchas veces están más centrados en alcanzar la salvación personal que la que requiere su pueblo, como una gran comunidad que tiene un destino común.
Y existen además pequeños grupos que estiman que para ser mapuche, hay que conservar la sangre, las tradiciones y las costumbres en su estado más puro. Esto recuerda el racismo que prioriza la raza única, tantas veces fracasado. Para ellos un mapuche debe vivir en el campo, andar con manta y trarilonco y criticar todo lo que no es mapuche. Claro que son los mismos que usan plataformas de comunicación norteamericana, celulares chinos o coreanos, autos japoneses y poseen gustos globalizados.
Creemos que nuestros ejes deben ser, la adopción del camino de la acción política, la recuperación de nuestra conciencia de naciones, el acceso al poder y cambiar aquellas realidades que nos han segregado. Me niego a aceptar la resignación como la respuesta a estos tiempos y me resisto rotundamente a perder la fe en la unidad de mi pueblo y la de todos los pueblos indígenas.
No se podrán atenuar jamás las desigualdades económicas, étnicas y sociales, si aquellos que no han experimentado la pobreza, siguen hablando por los pobres y si los que no son indígenas insisten en interpretar el sentir de nuestros pueblos. Sostengo que existe una responsabilidad indelegable e intransferible de los propios pueblos indígenas respecto de su destino y contribuir de esta manera a ser un país más justo e inclusivo.
Frente al poder político que ha administrado el Estado y a los intereses económicos que han forjado el carácter del Chile actual, con su nueva élite económica, ideológicamente racista y políticamente reaccionaria, queremos instaurar una nueva forma de liderazgo que sea capaz de dar igualdad de oportunidades a todos, haciendo reformas sustanciales a la democracia que hemos configurado y al modelo económico que nos asfixia.
Nuestros pueblos no son perfectos. Sin embargo, estamos llamados a una misión perfecta, que es liberar a nuestras comunidades, y a toda persona que sufra los perversos efectos de la exclusión. Debemos enviar una señal firme a quienes aún no creen en nuestra misión. Por eso debemos corregir los errores, ampliar la mirada, sanar las heridas, unificar a nuestros pueblos y cumplir la misión que nos inspira.
El Partido por el Buen Vivir se pone al servicio de esa causa, y en ello radica nuestro compromiso vital.
Diego Ancalao G.
Presidente
Partido Por el Buen Vivir de Chile.