Luego de producido el “estallido social” muchos quedaron en un estado de total desconcierto. El sistema político tradicional creyó, con una suerte de ingenuidad infantil, que esto no sería más que un mal sueño y que más temprano que tarde, volverían a tomar el control de un espacio que sentían les pertenecía por derecho propio.

Sin embargo, los acontecimientos se han desenvuelto con una consistencia porfiada, y aquellos códigos que permitían una interpretación anticipatoria de los escenarios, ya no funcionan. Categóricamente, los hechos ponen a la casta política hasta ahora dominante, en el lugar que se han ganado haciendo méritos de sobra: la más completa irrelevancia.

Como lo recuerda el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evagelii Gaudium, en los tiempos que corren, debe asumirse que para incidir en el correcto desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común, se debe entender que la “realidad es superior a la idea”. Y esa realidad, de la mano de la gente común, ha abofeteado el rostro de una casta insensible y sin escrúpulos, a través de un acto tan simple como extraño a sus ojos: refrescar la memoria en cuanto a que el poder siempre radica en la soberanía popular.

Quienes se acomodaron en sus privilegios, creyendo que esa condición les correspondía por una especie de destino irrevocable, olvidaron que estaban ahí para servir al bienestar de todas las personas. Tanto perdieron la brújula, que aún deben estar recriminando la ingratitud de ese pueblo que les dio la espalda, sin una causa justificada (para ellos).

El epicentro de las decisiones, se ha trasladado a las casas de cualquier habitante, de cualquier lugar de este país. Y la gente ha decidido confiar en la vecina o el vecino que han visto crecer, buscando la certeza de una representación efectiva y no sostenida sobre promesas de campaña. La partidocracia fue demolida, y la dignidad del cargo de Presidente de La República ha sido socavada gravemente por un empresario disfrazado de político, dominado por un narcisismo patológico.    

Las últimas elecciones terminaron por poner las cosas en su lugar. Quedó en evidencia aquello que está transformando Chile desde abajo. En Palabras de Moisés Nain, lo que pasa, no está relacionado con la rivalidad entre mega actores, sino con el ascenso de los micro poderes y su capacidad de desafiar a los poderosos con éxito. 

Quienes siguen mirando al cielo buscando explicaciones, no se han dado el trabajo de mirar lo que tienen ente sus narices. Sería recomendable que realizaran el ejercicio de mirarse al espejo, para que vean el rostro de un fracaso que ha causado desesperanza, frustración y abandono. Se cosecha aquello que se siembra.

Quienes formamos parte de una gran mayoría que ha sido objeto de injusticias sistemáticas, somos quienes conocemos y comprendemos los problemas que nos aquejan. Y hoy, hemos decidido recuperar el poder, para hacer exactamente lo que hay que hacer.

La democracia ha vuelto a sus legítimos dueños. Pero, es un poder de nueva generación. Es el poder de mirar el bien común y establecer los límites que ese bien superior aconseja. Se trata de abrir el bienestar, para que nadie se quede atrás y todas y todos dispongan de aquello que la dignidad humana reclama. Estamos hablando del Kume Mongen o Buen Vivir, que nos enseñaron nuestros antepasados mapuche, aymara, quechuas, rapa nui, licanantay y muchas de aquellas primeras naciones que pretendieron ser exterminadas y que hoy vuelven como la única tabla de salvación de la humanidad.

La experiencia nos ha demostrado que el Buen Vivir solamente ocurre cuando la gente común se involucra, se compromete y se une para exigirlo. La conciencia comunitaria de la necesidad de este cambio resulta también crucial. Como lo señalaba proféticamente el filósofo Pietro Ubaldi, “El próximo salto evolutivo de la humanidad será reconocer que cooperar es mejor que competir”.

Hemos demostrado que un voto, puede cambiar vidas, y si puede cambiar vidas, puede cambiar el país. Hoy más que nunca en la historia debemos unirnos, no solo para escribir la nueva Constitución, sino para escribir la historia, ya no más como espectadores. 140 años en el caso de mí pueblo mapuche y 200 años en el caso del pueblo de Chile ya es demasiada espera. Lo que hagamos hoy, repercutirá en las generaciones venideras.

Las viejas prácticas y la decadente institucionalidad acomodada a las élites, ya fueron derrotadas en la constituyente y ahora hay que ganar las presidenciales. Indígenas y chilenos/as debemos unirnos, junto a toda nuestra rica diversidad, ante adversarios comunes que en los pasillos del poder han fabricado la desigualdad y han secuestrado la democracia para su uso personal. Somos por sobre todo, hermanos de la misma especie humana y la unión debe ser desde nuestra diversidad.

En ese camino, elegido por una mayoría que despertó, hemos decidido proponer una candidatura presidencial, para ser la voz de la unidad política y social de un pueblo que quiere alcanzar el Buen Vivir inclusivo y abierto a todas y todos quienes se sientan convocados a ese objetivo transformador. 

Sabemos que esta campaña será un viaje dificil y una conquista que dependerá de usted. Lo cierto, es que nada puede frenar el poder de millones que piden un cambio. Nos hemos enfrentado a la idea que un mapuche joven nunca podría ser Presidente de Chile, nos han dicho que no debíamos intentar una aventura arriesgada, que no podremos vencer a todos los partidos unidos en nuestra contra. Sin embargo y precisamente por esos obstáculos es que nos hemos comprometido con esta tarea, que nos viene encomendada desde mis ancestros que entregaron la vida por la libertad de nuestro pueblo y también por tantas personas que nos han alentado a buscar condiciones de igualdad para todas y todos quienes creen en el Buen Vivir. 

El Buen Vivir es, al mismo tiempo, una utopía y una posibilidad cierta. Es una utopía, porque constituye el sueño de un país distinto, integrado por todas y todos quienes acepten una convivencia en la diversidad, en condiciones de mayor equidad y con un respeto irrestricto por la madre tierra. Pero también es una posibilidad cierta, pues los pueblos indígenas vivieron miles de años bajo este precepto. En efecto, la unidad básica de la civilización humana es la tribu. En ella, cada uno necesitaba del trabajo del otro, hasta conformar una comunidad estrechamente interdependiente. Esto es lo que hoy nos hace presente la pandemia, en que si tú te cuidas responsablemente le salvas la vida al otro. En esa época tribal, el que casaba un animal, lo hacía para la tribu, no para vendérselo al mejor postor. En realidad no venimos a plantear ideologias afuerinas, sino lo que realmente somos.

Algún lector podrá pensar que estas declaraciones son solo aspiraciones de un grupo de idealistas. Se podrá pensar que esto suena bien, como una elaborada poesía romántica. Es lo que le dijeron a Martin Luther King cuando luchó contra el racismo, o a Marie Curie, cuando quiso aplicar sus descubrimientos para vencer el cáncer, o a Gandhi, cuando buscó la independencia de la India por medio de la no-violencia o a Nelson Mandela, cuando creyó en la necesidad de terminar con el apartheid, o a Pelantaro, mi ancestro, cuando le dijeron que no podrían vencer jamás a los conquistadores españoles. Y todos esos agoreros se equivocaron rotundamente.
 No pretendo compararme con esas figuras notables de la historia, solo puedo afirmar que tengo convicciones que han impulsado mi vida, desde que descubrí las dificultades de ser mapuche, pobre y discriminado por mi origen. Esto, lejos de anidar en mí el ánimo de venganza, me ha hecho valorar la verdad, la justicia, la libertad, la fraternidad, la igualdad y la paz, como fundamentos de la convivencia social y del desarrollo humano integral.
 Busco humildemente la presidencia de Chile, para demostrar que el Buen Vivir no solo es posible, sino imprescindible, en este momento de nuestra historia. Haremos ese cambio a favor de las mayorías ciudadanas que lo exigen, bajo condiciones que se sustenten en el diálogo sin exclusiones, en el mayor esfuerzo por alcanzar consensos, asegurando la paz social y acudiendo a las reglas democráticas que defina la nueva Constitución.

 Le pido a usted, me dé la oportunidad de presentar la alternativa del Buen Vivir y que ese sea el horizonte de nuestro futuro posible.  

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