Recuerdo mi niñez como niño del Sename. No me cabe duda, que la crisis por la que hoy atraviesan las distintas instituciones dependientes del Ministerio de Justicia, deja en evidencia lo errado de las políticas públicas implementadas y la forma que toma el poder político desde la dictadura hasta nuestros días, cuando llevado por intereses económicos, pierde el foco del bien común.
Un Ministerio de Justicia cuya misión es “facilitar el acceso y la protección de los derechos de las personas, la reinserción social y la seguridad ciudadana”, enfocándose en el mejoramiento de la calidad de vida de la ciudadanía marginada: de los 42.000 hombres y mujeres privados de libertad, excluidos del sistema económico y social; de los otros miles de niños y niñas que buscan la protección estatal, tras una vida de vulneraciones, vejaciones y abusos. Hoy, fracasa rotundamente.
Duele el “niño huacho” de nuestra historia reciente, la actual. Sé que recibe los latigazos crueles del individualismo y que Gabriel Salazar definió como aquella “enorme masa de niños y muchachos que estaban demás sobre el camino”. Esos niños que, brutalmente, la Ministra de Justicia, Javiera Blanco, denomina “Stock”.
Ése es el gran fracaso, el fracaso de la deshumanización, el fracaso de convertir en mercancía a la niñez olvidada del Chile actual. Este largo país en que se lucra con la pobreza y la desprotección, en que se naturaliza las aberraciones venidas del grupo de los “honorables” y de los núcleos que secuestran el poder político, los mismos que esconden la muerte de 185 niños: asfixias, traumatismos craneoencefálicos, caída de altura, homicidios, suicidios, carbonizaciones corporales. ¿No es acaso la tortura el fracaso evidente de un Ministerio que reivindica, paradójicamente, los Derechos Humanos?
El silencio inunda, en Palacio se dan de cabezazos, la Ministra Javiera Blanco sostiene su ego, al tiempo que la aprobación se desploma y la olla se destapa con más muertes, con niños que huyen de los centros de Sename y se recapturan como trofeos de una victoria política. Me pregunto, ¿quién no intentaría huir de la tristeza, de la indignidad, de las medicaciones que nublan pensamientos, cayendo en el desasosiego perturbador de la soledad? Las fugas resultan ser el intento por volver a la vida, pues presienten que el encierro es el camino a la muerte.
Mientras la Ministra Javiera Blanco abraza el poder, los niños en stock muerden las sábanas rotas para desahogar su rabia, mientras ella camina y un funcionario le sostiene el paragua para escabullir la lluvia, los niños que huyeron de su horrorosa gestión (esos que día a día se fugan de los centros), al ser recapturados patean las puertas de la unidad policial, como último grito desgarrador, pidiendo ayuda, ésa que se frustra una y otra vez como una letanía constante, pese a la abundancia de diagnósticos comunes.
“No nos abrieron el camino, por el contrario, nos bloquearon. Así que nos repelían y los repelíamos. O por causa de ellos mismos, o por causa de terceros; que para el balance final, lo mismo da. Lo que realmente cuenta es que nos convertimos en “huachos” (…) es nuestra identidad, y aquí es lo único que cuenta” (Gabriel Salazar).